SEMILLA DE DRAGON

Thursday, August 25, 2005

CAPITULO 1: KO NUR BAST, EL QUE ESCUPE FUEGO


Lejos quedaban los tiempos en los que su figura majestuosa, se alzaba amenazante por encima de las colinas que dominaban el páramo. Eso fue antes de la Última Guerra, donde cayeron amigos y enemigos a partes iguales.

Ahora, apenas podía hacerse respetar por los campesinos de las Tierras Bajas. Incluso, en alguna ocasión le plantaron cara. Estaba débil pero intentaba disimularlo; Una incursión en el pueblo, quemar algunos pastos, secuestrar alguna joven doncella...Lo típico que se esperaba de un Dragón. Fuera de eso, su vida era aburrida, monótona. Cien años atrás, se aburrió de almacenar tesoros. Cuando sus escamas eran jóvenes y sentía el vigor del fuego en su interior, el intenso brillo del oro le hipnotizaba, le llamaba. Envidioso de reyes y señores, que amontonaban el preciado metal a costa de sus súbditos, pronto la emprendió con ellos. Ellos, ignorantes de lo que se les avecinaba, guardaban el oro y las gemas en un solo lugar. A Ko, nombre con el que le conocían el resto de Dragones, siempre le pareció que le facilitaban el trabajo; Un solo viaje le bastaba para dejar vacías las arcas.

Llegaba la primavera y era época de caza de Dragones. Los aspirantes a Caballero, que tenían todo un Invierno para entrenar e imaginar como sería su vida después de la hazaña de eliminar a Ko-Nur-Bast, esperaban la retirada de las primeras nieves, para emprender su marcha en busca de la Gloria.

Para algunos el camino terminaba en algún bosque cercano; Los Licántropos, que, por otras razones también esperaban el fin del Invierno, llegaban a los primeros días de Abril con el estómago vacío. Hartos de los pequeños mamíferos con los que saciaban su hambre en Invierno, aquellos ingenuos a caballo, eran todo un festín de carne fresca y abundante.

No fue el caso de Garrik. Aquel imberbe, que apenas sobrepasaba los dieciocho años, se mantenía erguido con gran dificultad sobre su caballo. Dorn, que así se llamaba el saco de huesos y pellejo que servía como cabalgadura, ya dejó sus mejores años en otras aventuras. Otro cualquiera, hubiera cambiado de montura, pero tenía un cariño especial a aquel jamelgo y no lo abandonaría por nada del mundo.

El chico, buscaba no desentonar entre los dos caballeros a los que se había unido, Dyreigo y Ehasier, del lejano pueblo de Rodimer, de la llanura Oscura. La llamaban Oscura porque durante la mayor parte del tiempo, una espesa capa de polvo, impedía que la luz del Sol llegara hasta el suelo. Sande y Kowel, eran mayores que Garrik. Los encontró cerca de la Garganta del Adiós. De allí se decía, sólo lograban salir los más afortunados.

Era habitual no realizar el trayecto de uno en uno; Los primeros en llegar, acampaban a la espera de unirse a otros aventureros. Garrik llegó la noche antes de que, un grupo de veinte caballeros, decidiera que ya eran suficientes para cruzar la Garganta.

Buscó acomodo en un pequeño hueco existente y hechas las presentaciones, se sentó junto al resto de hombres, que a esa hora charlaban animadamente. Aunque las gélidas noches hacía ya tiempo que habían terminado, todavía eran frías y hacían que uno buscara una buena hoguera y compañía.

Allí, bajo el calor del fuego y el efecto de la cerveza, hablaban de hazañas, inventadas o no, con tal énfasis que al terminar, el resto aplaudía con mayor o menor intensidad, dependiendo de la impresión creada. Entre ellos, había grandes contadores de historias, como Halwik, del pueblo de Xor, los alados. Su poderosa estampa, medía mas de dos metros y medio, junto a la envergadura de sus alas, le daban un aspecto imponente, magnífico. Cara Pico, así le llamaba el resto, contaba como, en El Paso de Orion, dos Orcos intentaron acabar con su vida.

- ¡Juro que se movían como el rayo!. Sólo mi habilidad con la espada hizo que vacilaran y huyeran. Quedarse habría significado su muerte..

El resto, escuchaba atentamente al hombre. Poco importaba si era o no cierto, o si había sido él el protagonista o no. Lo importante era divertirse y olvidar que, muchos de los que allí estaban, morirían al día siguiente.

Un cubo de agua y algo de arena apagaron el fuego y la conversación se dio por finalizada. Uno a uno, los hombres se retiraron a descansar. Todos menos Garrik, que aprovechó para sacar de las alforjas su armadura y sacudir el polvo acumulado en el camino. Y si fuera posible, sacar algo de lustre al gastado metal.

Miraba con envidia el resto de cotas, relucientes, fabricadas para la ocasión. Él se tenía que conformar con una coraza una talla mayor, abollada y con algún que otro parche. Y lo mismo podía decir del resto del equipo.

Sólo Alderán, su espada, le llenaba de orgullo. Aquella hoja, mellada y oxidada, había visto sus mejores años mucho tiempo atrás, en las Guerras de los Gigantes. Su único dueño fue Har, el mas valiente de todos los vecinos de Hipke, la pequeña aldea de pescadores donde nació.

Hipke, no era el mejor lugar para ser un héroe. Alejado de la Capital, Bafin, la vida de los lugareños giraba alrededor de la pesca. Siempre se echaban un par de manos extras, y no había tiempo para guerrear o ir en busca de la Gloria. Si uno no embarcaba, en tierra no le faltaban trabajos: Reparar redes, untar de brea las barcazas, preparar carnaza. Desde muy pequeños empezaban a realizar tareas y a aprender las artes de la pesca. Todo muy alejado de brillantes armaduras y duelos a espada, excepto en la noche de Nur, la noche de los Giglones.

Los Giglones, gigantescos peces elefantes, pasaban cerca de la costa sólo una vez al año y la Aldea entera se entregaba a su captura. Mientras los hombres se adentraban en las profundas aguas en busca del preciado pez y las mujeres se preparaban para la llegada de tan ingente cantidad de pescado, los ancianos reunían a su alrededor a los más jóvenes, hasta la llegada del Alba y las primeras barcas cargadas del botín. A la luz de las antorchas, contaban historias de tiempos lejanos, olvidados ya, que servían para que los mas niños dejaran de molestar a los mayores.

A Garrik le encantaban esas historias, sobre todo cuando llegaban a la parte en la que relataban la historia de Har, El valiente. La había escuchado muchas veces ya, pero seguía emocionándose como si fuera la primera vez:

“...Y Har, el mas osado de entre todos los lugareños, se acercó hasta la ciudad de Bafin e hizo escribir su nombre en el Registro de Soldados. El mismísimo General Yurel, asombrado por su arrojo, le seleccionó para formar parte de los Karuk-An-Los, Los primeros en Caer. Aquello era todo un honor y cuando entró en combate, fue el primero en enfrentarse a los Gigantes...”

Él, se imaginaba luchando contra esos Gigantes de los que hablaban, y llevando al ejército del Rey a la victoria. Sabía que la historia no era así en realidad; Meses mas tarde, cuando la Guerra terminó, un mensajero llevó los restos del pobre Har al poblado. Contaron que, su batallón era carne de cañón, con el objetivo de que los Gigantes perdieran tiempo y fuerzas mientras eran rodeados. Todos conocían la historia, pero la olvidaban la Noche de los Giglones.

Del efímero héroe, sólo se salvó intacta la espada, que fue depositada en una estancia de la Casa del Burgomaestre, a la espera otro héroe que procurara nuevas historias. De eso hacía mas de quinientos años y hubieran pasado otros quinientos, si no hubiera sido por el chico de Jermel el Carpintero, de Garrik.

Al cumplir los dieciséis años, todos los jóvenes pasaban a ser considerados adultos. En ese momento, debían decidir cual sería su oficio. Jermel, temía la respuesta de su vástago. Le conocía demasiado bien para saber que las horas que pasaba en el bosque practicando con la espada de madera, que él mismo fabricó, no eran sólo una distracción de niños.

Y los días, como los años, pasan rápidos, dejando sólo recuerdos. Y así llegó el momento en el que Garrik debía decidir su oficio.

Esa mañana, estaba inquieto, nervioso. Su padre no estaba en la casa; apenas despuntó el Sol en el horizonte desapareci,. Vivían solos en un viejo caserón de adobe y piedra desde que la madre desapareció. Él tenía menos de un año cuando aquello sucedió; Ella salió a recoger el primer brote de Aulea, una extraña flor venenosa que al amanecer dejaba un fruto muy delicioso. Si no se recogía, daría lugar a otra Aulea, por lo que aquella actividad no sólo era una cuestión de alimento, sino que controlaba a la invasiva flor. Lo cierto es que, al final de la jornada, nunca volvió a casa. La buscaron noche y día por todo el bosque. Parecía haberse vaporizado, hasta que, un leñador encontró su ropa manchada de sangre; Algún Gong, seres inmundos, parecidos a los humanos, pero con grandes garras y pequeñas extremidades, había aprovechado su oportunidad. Desde aquel día, nunca mas se recogieron Auleas en el interior del bosque, y sólo los más jóvenes probaban su valor adentrándose en él.

Mediada la tarde, Jermel volvió al pueblo. Garrik, trabajaba en la Carpintería, intentando no pensar en la irremisible decisión que debía tomar.

El sonido de las oxidadas bisagras le indicó que alguien había entrado en la casa. Corrió hasta la entrada y allí estaba su padre.

- Garrik, chico. Acompáñame.

El hombre, alejó su figura tras la puerta y su hijo siguió sus pasos. Anochecía ya, y eran audibles los aullidos de los lobos, que bajaban de las colinas en busca de comida.

- ¡Un caballo!- los ojos de Garrik parecían salirse de sus órbitas.

“Mi propia montura” pensó el chico acercándose con algo de temor hasta el corcel. Si, en la aldea había mulas, percherones, pero sólo cuando algún soldado se dejaba caer por el pueblo, podían ver un caballo de verdad.

- Es tuyo, hijo mío- Jermel atusaba el pelo de Garrik, con cariño.
- ¿Por qué lo has hecho, padre?- preguntó con lagrimas en los ojos.
- No has nacido para limpiar pescado o untar brea. Tu destino es otro bien distinto.
- ¿Y la Carpintería?
- Tu primo Folkjen es diestro con la madera y ya he hablado con mi hermano y está de acuerdo.
- ¿ Que pasará conmigo?
- He hablado con el herrero; Él tiene un pariente en Goland, la Capital de Tierra Seca, al Sur. Partirás en su busca y te ayudará a ingresar en el ejercito.

Al caer la noche, todos los aldeanos bebieron y bailaron en honor a Garrik. La elección de su vida adulta era un buen motivo para charlar y dar buena cuenta de cerveza y las mejores piezas capturadas en el día.

La tradición decía que cada vecino, debía hacerle entrega de alguna de las herramientas que le sirvieran para su nueva etapa. Un arpón, algunos aparejos...nada que le fuera a servir al chico. Así que, en aquella ocasión, decidieron hablar con Harukm El Mercarder, que por unas pocas monedas de oro les consiguió una armadura... Bueno, algunas piezas de metal que en algún momento lo fueron, pero que ya dejaron de serlo hacía tiempo. Con la ayuda del Herrero, le dieron algo de lustre y repararon las partes mas dañadas. También se hicieron con un escudo y una lanza corta que completaban el equipo. El chico agradeció el esfuerzo de todos; Eran un pueblo pobre y aquello era lo mejor que podían ofrecerle.

- ¡Veamos como te queda, muchacho!- grito uno de los hombres.
El herrero había hecho un buen trabajo y la armadura le ajustaba como un guante. Claro que no era la mejor del mundo, pero le serviría para la lucha y amortiguaría los golpes de los enemigos.

- Solo le falta la espada – el que hablaba era el Burgomaestre del pueblo- Y tenemos la adecuada. Alderaan es tuya.

Garrik no pudo articular palabra alguna; Había soñado con blandirla y el sueño estaba a punto de cumplirse. Su mano temblaba al agarrar la empuñadura; No quería parecer nervioso, pero notaba como todos le miraban expectantes.

La mantuvo en vertical, suspendida en el aire, luego en horizontal, balanceándola, comprobando su equilibrio. Lo había visto hacer a algún soldado, y él sólo imitaba los gestos, buscando sorprender a sus vecinos con sus conocimientos sobre el arma.

- Es buena espada. Daré buena cuenta de mis enemigos – dijo a modo de conclusión.

Un vítore acompañó a sus palabras. Para ellos, acostumbrados a una vida aburrida y monótona, aquello era un acontecimiento del que hablar durante los años venideros. Lo mas pequeños, revoloteaban alrededor de Garrik, con una mezcla de curiosidad y sorpresa; Querían tocar y ver de cerca al nuevo héroe de la aldea.

Su padre, mientras tanto, contemplada la escena complacido. No le gustaba el camino elegido por su hijo, pero lo aceptaba. Obligarle a trabajar en la Carpintería o aún peor, en el mar, le hubiera hecho marchitar de pena. “Parece un caballero” pensó orgulloso, al ver como se manejaba con la espada. “Es la hora de la partida”;

- ¡Garrik! – la voz de Jermel sonó fuerte, decidida-
- ¿Dime, padre?- contestó el chico, obviando a sus inesperados seguidores
- Ha llegado el momento.


Jermel, tomó las riendas del caballo y lo llevó hasta su hijo; Todos lo interpretaron como el final de la celebración. La noche estaba llegando a su fin y el Sol derramaba los primeros rayos por el horizonte. Los dos se fundieron en un abrazo; Si, aquel era el momento de partir.

- Intenta volver algún día- dijo el padre manteniendo a raya la emoción.
- Lo haré- respondió Garrik, al que se le escapaban algunas lágrimas.

El chico, envainó la espada y con garbo, subió a lomos de su montura. Aunque el peso de la coraza, escarpines, grebas y demás piezas era considerable, a ojos de todos se movía ágilmente.

Desde lo alto del caballo, notó que había nacido para eso; Un chico, a punto de dar el paso a la vida adulto, ajustó las cinchas y acomodó el resto del equipo y algunas provisiones en los traseros del animal.

- ¡Vuelve cuando tengas hazañas que contarnos!- Jim, el narrador oficial del pueblo alzó su copa invitando a todos a un brindis -¡Por Garrik!.
- ¡Por Garrik! – respondieron a una sola voz.
- ¡Ea!

El caballo respondió al grito y a las espuelas al instante; Una nube de polvo se levantó al paso del jinete. En pocos minutos, la figura se convirtió en poco mas de un punto en el horizonte.

Los vecinos, se fueron marchando. Primero, de uno en uno; luego en grupos de dos o tres. Sólo el padre esperó hasta que le fue distinguir a su hijo. “Espero que haya hecho bien” pensó antes de girar y dar la espalda al camino que había elegido su vástago.

El camino de tierra le llevaría hasta Falul, la posada del Enano Cantor. Estaba a casi una jornada y media de distancia. El aire era fresco, propio del final del Invierno. El sendero, desaparecía en ocasiones, para reaparecer mas tarde. No le suponía ninguna dificultad; Estaba acostumbrado a vagar por aquella zona y la conocía al dedillo. Un pequeño riachuelo corría en paralelo a él. Las lluvias y la nieve habían sido abundantes durante los meses anteriores y el agua bajaba con fuerza. La hierba, ocupaba buena parte de la senda y los árboles, que empezaban a ver brotar las primeras yemas en ramas y troncos, jugaban con los rayos de Sol, que llegaban intermitentes hasta el suelo.